miércoles, 9 de febrero de 2011
CÓMO ACOMPAÑAR A LOS HIJOS EN EL INICIO DE LA ETAPA ESCOLAR
Este nuevo período de la vida que se inicia alrededor de los 6 años, está muy marcado por el hecho de la escolaridad. Si bien es cierto que el niño antes asistía al Jardín, a partir de ahora se le van a exigir rendimientos concretos y tendrá que adaptarse a nuevos principios y normas que rigen en la Educación Primaria. Muchas veces no se considera la magnitud del estrés psicosocial que significa para un pequeño el ingreso en la etapa escolar. Por lo general, el ingreso a la EP, produce un fuerte impacto en la familia, que comprueba que el niño avanza rápidamente en la adquisición de los medios necesarios para alcanzar la independencia. El ingreso a la primaria, representa esencialmente la pérdida del bebé, esa preciosa criatura, dulce, tierna y obediente (en el mejor de los casos) de los primeros años. Los papás, el nuevo escolar y sus hermanos se ven obligados a elaborar y aceptar esta transformación. Si los padres logran ayudar al niño en su avance psicológico, se establecerá entre todos una nueva forma de relación, basada en una mayor transmisión de conocimientos. Es un momento evolutivo en el que se le piden al niño grandes esfuerzos: compromiso, responsabilidad y obligación. La vida deja de ser puro juego, para dar lugar al juego –tarea, aparece entonces la mochila cargada de deberes. El mundo exterior le va exigiendo al niño que resuelva situaciones en las que se va a evaluar su desempeño y su eficacia. La buena adaptación escolar, depende en gran medida de los padres, que deberán acompañar este proceso de cambio, estimulando el interés por el aprendizaje, desarrollando en sus hijos la tolerancia a la espera y a la frustración, y poniendo límites para la libertad, es decir contención con amor. Les resultará más fácil poder hacer todo esto, si ellos mismos han tenido buenas experiencias de aprendizaje. A su vez, ante este desafío que se le presenta, el niño va entrenándose y paulatinamente define su propio estilo. En esta etapa existen grandes diferencias entre los distintos niños, que a no ser que existan problemas neurológicos o déficit intelectual, en términos generales no son muy preocupantes. Cuando la diferencia entre el niño y sus pares es muy notoria, conviene realizar una consulta profesional, para detectar el problema (diagnóstico) y darle la solución (tratamiento). Durante mucho tiempo se habló de la “madurez para la escolaridad”, refiriéndose a que el niño debe contar con la madurez biológica necesaria, “habilidades” para iniciar sus aprendizajes escolares. Aunque esto es cierto, también es cierto que en la aptitud para la escolaridad, juegan un papel muy importante otros factores vinculados con el aprendizaje como son el desarrollo intelectual, el desarrollo emocional o afectivo, la vida social del niño, y su familia. Hace ya mucho tiempo que se afirma que el aprendizaje de la lectura y la escritura no se puede reducir a las habilidades perceptivo- motrices del sujeto que aprende, sino que el sujeto que aprende trata de adquirir un nuevo conocimiento, se plantea problemas y trata de resolverlos siguiendo su propia lógica, su propia metodología. Más allá de los métodos y de los manuales, el niño tiene que comprender la naturaleza del sistema de escritura, cómo funciona, debe recorrer un camino para entender sus características. Por eso se desarrolla actualmente una enseñanza más personalizada, centrada en un sujeto activo- que actúa, transformando el aprendizaje en un proceso más placentero. Si bien aprender a leer y escribir, sigue siendo una de las tareas más específicamente escolares, sabemos que el niño enfrenta escrituras mucho antes de ingresar a la escuela, y trata de interpretar qué es ese tipo particular de grafías, diferentes al dibujo, que se encuentran en la mayor parte de los objetos cotidianos: envases de alimentos, carteles que ve por la calle, diarios y revistas, en el televisor y en la computadora. El aprendizaje de la lecto-escritura es uno de los pilares de la formación escolar. En ninguna de las etapas posteriores la persona debe incorporar tantos conocimientos nuevos al mismo tiempo como en este momento. Por este motivo, según como el niño vivencie este proceso, como se vincule con el aprendizaje le podrá resultar una tortura o un fascinante descubrimiento. Muchos chicos como consecuencia del estrés escolar presentan síntomas como tics, dolores de cabeza, trastornos en la alimentación, temores y pesadillas, que suelen desaparecer luego del período de adaptación. El trabajo compartido con los compañeros suele motivar el progreso, pero la competencia desmedida con ellos puede pasar a ser una presión extra que los paraliza, sobre todo cuando son los padres los que no toleran que otros niños sean mejores que sus hijos. Es importante que el estímulo de los padres no sea vivido como exigencia. Respetar el ritmo de aprendizaje del hijo es la clave para ayudarlo. Ridiculizarlo, descalificarlo, remarcar lo que no puede o no le sale bien, compararlo con sus hermanos mayores, genera sentimientos de desesperanza y minusvalía y puede traer como consecuencia dificultades de aprendizaje, problemas sociales y fracaso escolar. La actitud de los padres debe ser exactamente la opuesta, resaltar lo positivo, valorar lo que sí puede, elogiar el intento, señalar que más adelante va a poder, alentar la superación de obstáculos. Esto va a redundar en sentimientos de seguridad y confianza en sí mismo, ingredientes fundamentales para incentivar el deseo de seguir aprendiendo. La motivación por la lectura mejora la escritura y el lenguaje. El auge de los video-juegos y de la computadora, fue desplazando el interés por la lectura, la solución para esto es hacer de ella una alternativa más de entretenimiento. Observar qué tipo de lectura capta el interés del niño e incentivarla. El área afectiva-social, es dominada todavía en esta etapa por un alto grado de dependencia del niño respecto a sus padres. El proceso de independencia que se inicia es gradual, y los padres tienen que ir regulando las distancias para el paulatino desprendimiento, en función del estilo de cada hijo y según las circunstancias. En esta fase, el niño necesita todavía que se le ayude a organizar tanto las tareas(acompañándolo en la realización de los deberes), como su tiempo libre(alentándolo para que se visite con amigos, armándole algún programa) Los padres no deben apurar el comportamiento independiente ni tampoco alimentar la sobredependencia. Por ejemplo, en nuestra sociedad no es esperable que un chico de 6 años viaje solo al colegio En esta etapa, los miedos están relacionados con el alejamiento físico de los padres o cuidadores, junto con el ingreso a un ambiente más exigente y las preocupaciones del niño por satisfacer las expectativas de los demás. Estos factores pueden desencadenar en: a) miedo irracional: que los padres lo abandonen, que se olviden de retirarlo del colegio o de un cumpleaños, que venga un monstruo, fantasma o personaje terrorífico de moda y lo rapte o se lo lleve, o que haga desaparecer a los padres b) conductas evitativas: rechazo a ir a la escuela , negativa a ir a los cumpleaños, no querer dormir solo. Estos síntomas son evolutivamente esperables, pero pueden transformarse en un problema que requiere la consulta con un especialista, según su duración e intensidad. La modalidad de intervención de los padres contribuye a que estos fenómenos sean pasajeros o se hagan crónicos. Si los padres efectivamente se olvidan de ir a buscar al niño al colegio, no hacen más que confirmar sus temores. Si cada vez que el niño siente miedo lo dejan faltar al colegio o lo dejan dormir con ellos, le confirman el peligro y no facilitan el crecimiento y la independencia. Cuando los padres contienen y los límites son claros, los niños se sienten seguros, entonces los temores son transitorios y van dejando paso al deseo de “hacerse grande”.
Lic. Nora Visiconde
Psicopedagoga
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